Se reproduce en esta entrada el post “Discursos contra la Huelga” del Blog “Según Antonio Baylos” por su acierto al analizar los argumentos que se están recogiendo en algunos medios de comunicación contra la HG del 29. El ataque contra las organizaciones sindicales no es nuevo y los argumentos tampoco, parece que se han repetido en muchas convocatorias de huelga, como señala el autor del post.
La exageración de los ataques me hace pensar que quienes descalifican con tanta virulencia la huelga tienen miedo de los resultados de la misma. Como dice la celebre frase: “Ladran luego cabalgamos”
“Como han podido comprobar las personas que aparecen en la foto, en estos días de septiembre se reproducen cíclicamente una serie de argumentaciones que tienen como objetivo deslegitimar y desvirtuar la convocatoria, por parte de UGT y CC.OO, de la huelga general para el 29 de septiembre. A continuación se inserta un texto que quiere reflexionar sobre estos discursos, y que ha sido publicado por el muy interesante diario digital Nueva Tribuna.
Estos discursos, de modo sintético, se pueden agrupar en tres bloques.El primer bloque de argumentos enfrenta al sindicato y sus delegados sindicales con los trabajadores. Viene a señalar que la huelga la convocan y la hacen los representantes sindicales, no los trabajadores, y que por consiguiente los intereses de unos y otros son diferentes. Tiene grandes raíces en nuestro país, porque se trata de un discurso que entronca con el que desarrollaba el franquismo diferenciando entre los trabajadores y los “agitadores” sindicales, que naturalmente eran algo distinto y externo a los “sanos productores”. De hecho es un argumento que se prolonga en la oposición entre la “política” y el “trabajo”, de manera que la actuación reivindicativa por los derechos de los trabajadores era siempre “política” y en consecuencia “ajena” al interés de los trabajadores. Al igual que hoy se contraponen “liberados” sindicales que son pagados por no trabajar y para “alterar” la armonía en las relaciones de trabajo, el franquismo establecía que los “agitadores” no trabajaban sino que eran remunerados para que cumplieran sus objetivos subversivos. “Agitadores a sueldo” que simulaban compartir la suerte de los obreros y que sin embargo eran generosamente remunerados por las organizaciones clandestinas que les enviaban para agitar el clima laboral. La imagen del activista que luego de la asamblea se daba opíparas comidas y llevaba una vida de ricachón era muy utilizada por los sumisos medios de comunicación de entonces. En ese sentido, el extinto Tribunal Central de Trabajo vino a establecer una doctrina judicial según la cual, ante una huelga – que era siempre ilegal – no se podía despedir a todos los trabajadores participantes en la misma, sino tan sólo a sus “cabecillas”, afirmando además que al resto de los trabajadores “comunes” no se les podía exigir una conducta de resistencia ante la agitación de éstos. El discurso actual ha transmutado esta condición de “activista” como elemento externo a los trabajadores que emponzoña las relaciones de trabajo en las empresas, a la del “liberado” sindical cuya función es precisamente la de utilizar a los trabajadores en beneficio de los intereses del sindicato, para cuyo fin actúan y son remunerados. De esta manera, cuando el sindicato convoca una huelga general, no lo hace para defender a los trabajadores, sino en beneficio propio y exclusivo, para no perder sus privilegios. La huelga es así extralaboral.
El segundo bloque tiene un origen mas neoliberal, porque contrapone a un sindicato que representa a los trabajadores estables y fijos frente a un mapa de población activa en la que los parados y los precarios son mayoría. En la huelga general, el sindicato defiende a los trabajadores por tiempo indefinido, y por eso mismo la huelga lesiona los intereses de los parados y trabajadores temporales. Algún personaje político lo ha dicho de forma muy gráfica. “Yo, en la huelga general, estoy al lado de los parados”. En cierto sentido este discurso es más conocido porque se relaciona con la propia filosofía de la reforma laboral frente a la que se convoca la huelga, es decir, la consideración de que la reducción de los derechos individuales y colectivos de los trabajadores, la degradación de las garantías sobre el empleo y el recorte del gasto social y de la protección de la Seguridad Social favorece la creación de empleo y el crecimiento económico. El abaratamiento y facilitación del despido subvencionado y sin tutela judicial, será la causa eficiente de la creación de empleo en un futuro próximo y en consecuencia el sindicato que no acepta esta forma de razonar impide objetivamente la recuperación del mercado de trabajo. La huelga es así, corporativa.
El tercer bloque pone el énfasis en la obsolescencia de la huelga como forma de presión y su impracticabilidad en un espacio económico y productivo como el actual. Se piensa que la huelga, como el sindicato, son instrumentos que tuvieron sentido en el pasado, pero que hoy se encuentran plenamente anticuados. En ocasiones este argumento se refuerza con una valoración directa de la implantación sindical, que sólo se verifica en el sector industrial, mientras que está ausente del sector servicios, que es el determinante de la economía y de la cultura industrial. Incluso en aquellos servicios en donde existe una cierta presencia sindical, ésta se desarrolla con completa exclusión del conflicto. Como prueba de estas afirmaciones, en fin, se trae a colación la escasa disposición de los trabajadores a participar en la huelga general, por mucho que en su conjunto puedan valorar positivamente sus motivaciones, como resultaba de una encuesta publicada en un importante diario recientemente y que tuvo una amplia repercusión. La huelga es así anacrónica.
Naturalmente que estos tres discursos se entrelazan y se comparten en muchas intervenciones y se reiteran por los formadores de opinión, aunque en función de su orientación política se empleen con más profusión unos que otros. La extralaboralidad de la huelga, por ejemplo, se solapa en estos días con elementos de hostilidad antisindical, lo que debe ser analizado de forma independiente como un rasgo distintivo del debate político e ideológico que ha focalizado el grueso de su agresividad sobre los sindicatos como elementos de resistencia al dominio. Por ello este último extremo debería examinarse en un contexto no sólo post-franquista, en el sentido que los liberados sindicales se presentan como unos “vagos” porque no trabajan, es decir, porque no están sometidos a los riesgos “naturales” del trabajo: el despido, la sanción, la disciplina obediente, sino directamente antisindical de negación de las condiciones de ejercicio de la función representativa del sindicato. La consideración de la convocatoria de la huelga como egoísta y corporativa en la defensa de unos privilegios que deben ceder para que todos puedan acceder a un empleo, es el leit motiv del reproche político del partido en el gobierno a la intransigencia sindical frente a una política de reformas “con sentido de Estado”. O, en fin, la consideración del anacronismo de la huelga – y por extensión, del sindicalismo – va muy ligada a la celebrada ineficacia de esta medida de presión frente a la incapacidad del gobierno de poder cambiar su política, dictada por los mercados financieros y el FMI.
La critica de estos discursos es útil, una vez que se delimitan y se aíslan, pero la fuerza de los mismos reside precisamente en que siempre reflejan distorsionadamente una parte de la realidad. Es decir que no solo hay que combatir el sesgo antidemocrático que llevan consigo, sino entender simultáneamente que se están refiriendo a problemas existentes en las relaciones laborales actuales que el sindicalismo tiene que afrontar y resolver en el marco de su propio debate político-ideológico. Tanto es así, que se pueden encontrar versiones simétricas de estos discursos de dominación en planteamientos inequívocamente de izquierda, que denunciarían la burocratización de las estructuras sindicales, la incapacidad del sindicato de asumir las reivindicaciones de las nuevas identidades de género, de raza o de edad, en sus plataformas reivindicativas, o la incapacidad de la huelga para alterar y subvertir la normalidad productiva en algunos sectores clave tecnológicamente muy desarrollados. Se trata en gran medida de problemas que afectan a la función representativa del sindicato y su actualización en un momento histórico concreto, frente a las cuales es necesario continuar y en ocasiones emprender una discusión larga y compleja, como corresponde a los temas abordados y a las experiencias con las que se cuenta.
Pero saber que los discursos ideológicos de dominación siempre llevan consigo una visión deformada de problemas reales no impide discutirlos de raíz. La huelga general convocada defiende los intereses de los trabajadores y de sus derechos frente a los poderes públicos y privados, supone un momento de solidaridad que simboliza la unidad de intereses de todos los trabajadores en cuanto tales, es decir con independencia de su actividad o inactividad respecto del trabajo o del remolino de las identidades que se expresan en la materialidad del mismo. Y ello es así porque mediante la huelga se prioriza ante todo la tutela de los desocupados y precarios y la defensa de los derechos de los pensionistas, como forma de afirmar un proyecto igualitario y nivelador para la generalidad de los trabajadores. Y, en fin, la huelga sigue siendo hoy en día la manera emblemática de hacer patente que el trabajo subordinado y dependiente es el eje de las sociedades del siglo XXI, porque es el trabajo el que crea y construye la riqueza de las naciones y que no resulta concebible la cotidianeidad de nuestras vidas sin la presencia de un trabajo decente, que atribuye derechos y constituye la dignidad de la persona a la que se refieren los textos internacionales que fundan nuestra civilización.”
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